Cuyas hojas amarillas entre el sol y yo,
Desnudas y frágiles de tanto horizonte,
Refulgen más que la luz.
Me tendí de cara al cielo en la hierba seca,
Vacía de pensamientos y deseos, sin palabras,
Solo olores, solo sonidos, solo miradas,
Y esperé a que pasara la tarde.
Largas horas en las que solo era cuerpo
Olvidado en el aroma profundo, igual que un fruto
Feliz al que el tiempo madura en su pasar
Y lo vuelve dulce, listo para pudrirse.
Solo rompe el silencio el áspero crujido de las hojas
Casi leñosas del nogal, que planean sin descanso,
Mientras en el cielo estrellas tímidas y asombradas
Relevan las movedizas constelaciones de las aves.
De "El sueño dentro del sueño y otros poemas"