Era así ya entonces:
el aroma del azahar
en la ventana, zarandeado de sol, portando
el aguijón de lo finito.
Veía los pájaros en sus ramas
como joyas, duras, refractando
luz en nuestras paredes, y sabía
que el resplandor que emitieran
no era para nosotros.
La certeza llegaba
disfrazada de dulzura
y con una facilidad pasmosa.
Sabíamos que, con el tiempo, querríamos
cosas distintas. Y luego
empezamos a desearlas.
En el libro "Podrías hacer de esto algo bonito"