trataron de abrirle el cráneo
como si fuese un huevo.
Inclina la cabeza hacia delante
y afila su arma facial
en la rama que le hace de posadero
fabricándole un talle.
Su empeño muestra sus intenciones
y él se agarra como a un salvavidas.
Hoy aleteó un metro
desde lo alto de su jaula hasta la mesa de la cocina
ida y vuelta. Su primera aventura
en cuatro semanas. Mide sus avances
en pasos de hada y tambaleos de cuervo.
En "George. Mi amistad con una urraca"