A mi madre.
Ríe,
alondra,
ríe.
Tantas veces
los cuervos comieron
de tu alma
que ni fuerzas había.
Tu cantar
me alegra
en la mañana
sin importar
la distancia.
Y aunque nunca
emprendiste tu vuelo,
y quizás sean breves
los amaneceres,
este es el goce
que debe atravesarte,
beber cada gota
del agua que quede
como la más fresca
gota de néctar.
Y no pensar,
en la pata rota,
en la costilla dolorida,
en el pico maltrecho,
si no en el calor
del arrullo compartido,
en los cantos
a medias sin atino,
en la comida recibida,
en el tiempo que
merece ser recordado.
Vive,
alondra,
vive.
De "La luna"