Pensé que la tierra
me recordaba, me recuperó
con tanta ternura, arreglando
sus faldas oscuras, sus bolsillos
llenos de líquenes y semillas. Dormí
como nunca antes, una piedra
en el lecho del río, nada
entre yo y el blanco fuego de las estrellas
salvo mis pensamientos, y flotan
leves como polillas entre las ramas
de los árboles perfectos. Toda la noche
escuché los pequeños reinos respirando
a mi alrededor, los insectos, y los pájaros
que hacen su trabajo en la oscuridad. Toda la noche
me levanté y me caí, como en el agua, forcejeando
con una luminosa fatalidad. Por la mañana
me había fundido al menos una docena de veces
en algo mejor.
De "Doce lunas"
En "Devociones"