Desde la estantería
los libros no leído me miran con la misma
herida indiferencia de una novia agraviada.
Hoy, como tantas otras veces,
su silencioso estar ahí
-en mi tarde
que rumia perezosa los instantes-
chirrea como una puerta de goznes oxidados
que el viento lleva y trae, y que me impide
concentrarme en las líneas del poema.
El pajarraco del desasosiego
vuela estrellándose con las paredes.
Los libros no leídos me contemplan
con una obstinación orgullosa y distante.
Y logran inquietarme,
porque me hacen pensar en esas calles
-que jamás transité-
en donde lo esperado me esperaba.
De "Las herencias"
En "Poesía reunida"