en la urbe un grito, una voz, un ruido de actividad;
ni de la verdulera el pregón, ni la rueda del carro,
ni la canción gozosa de amor y de juventud.
Roncas, desde la torre de la plaza, las horas nos llegan
-cual suspiros de un mundo muy remoto, de un ayer-.
Pájaros extraviados pican en el cristal empañado
-almas que del más allá vuelven buscándome a mí-.
«Pronto, pronto, marcharé al país del silencio
y dormiré en la sombra...» No te alteres, corazón.
De "Odas bárbaras"