Si naces cuarto menguante
cose tus labios hasta la edad del roble,
confía en la seguridad de las paredes encaladas
y escucha con atención a las madres cantando
en la oscuridad de los zaguanes.
No abandones la casa,
pues jóvenes y hermosas las quiere el vigilante del
faro, jóvenes y hermosas, condenadas a trazar círculos alrededor del fuste como
una extensión perversa del oleaje,
las mantiene dando vueltas
como fuentes de viento y leche libia,
hasta que las uñas se les tiñen de lividez
y se visten de iridiscencia y ánima.
Si naces cuarto creciente,
aprende el lenguaje de las piedras
y no te muevas hasta que te lo pidan,
cierra los ojos a la música del flautista
como una rata sorda y sin corazón.
Olvida las ondas que agitan los espejos.
Duerme o calla.
Si naces media luna,
practica la mueca adecuada
que te permita con seguridad
la entrada del ágora,
contribuye al zumbido
y deja una distancia prudencial
entre los pámpanos y tu calavera.
Si sangras luna llena,
escóndete entre la hojarasca
e imita el canto de las lechuzas,
tiéndete boca arriba hasta que la escarcha
te enseñe el noble arte de la hipocresía.
No dejes que la mirada del matarife
te acaricie los hombros,
sus hermanos querrán ajustarte un velo si
se lo permites.
Cada noche dormirás sobre un cadalso.
Esta es la canción lunar de las viejas
y los patios interiores,
desde las alcobas de las reinas,
y las tumbas sin nombre de las trobairitz,
la canción que lleva arrastrándose por el
lodo de los siglos hasta el cabecero de tu
lecho.
La que cuenta que los monstruos
no se esconden dentro del armario,
que los peores
caminan con calma a plena vista
y siempre sonríen cuando te los cruzas.
De "La habitación de las ahogadas"