Decías labios rojos en la mañana con voz de pajarillo,
decías que los ángeles no dejarían las esquinas de mi cama,
decías ardiente y las polillas murmuraban a mis espaldas,
decías adiós a los sacramentos de la edad adulta,
decías vida de perros sin pensar en los acantilados,
decías amor,
decías nada,
decías piernas de cazador y mente de abeja reina,
decías víscera y desolación,
decías eco.
De haberme arrodillado ante la inercia, hoy
sonreiría al sol con un nido de gusanos den-
tro de mi estómago, de haber escuchado a las
voces torcidas, no estaría esperando el otoño
con un ramo de camelias en la mano izquierda
y una daga en la derecha.
Deja que los tigres de la ira recorran las cade-
nas a voluntad y muerdan los eslabones cuan-
do encuentren un punto ciego, los ancianos
dicen labios negros con severidad, las niñas se
alejan del campo de batalla porque tienen mie-
do de los parásitos, encuentra tu vía de escape
y no mires atrás, hártate de leche materna y no
vuelvas a probarla, sé siempre una promesa de
belleza que se aleja.
Decías jamás,
decías mueca de dolor,
decías locura colectiva,
decías alucinación ante las llamas,
decías sufro,
decías ella,
decías claustrofobia y grasa,
decías niebla como quien dice agua,
decías nombre y cadáver,
decías nana.
Cuando los penitentes murmuren a mi paso les
miraré con beatitud, tendré pupilas cuadradas
de cabra y llevaré el cáliz de Lucrecia Borgia
entre las manos. No verán las llagas bajo la
seda, habré aprendido a controlar los tem-
blores, pareceré firme y alimaña como en una
coronación.
Decías perdón,
decías mal sueño,
decías culpa y vergüenza,
decías amo,
decías adiós.
De "La habitación de las ahogadas"