martes, 6 de mayo de 2025

Alana S. Portero. IV

En la esquina neutral de mi biología llego a la
mitad del camino de la vida pidiendo clemencia a
las hormonas, como quien eleva una plegaria a
una deidad sin rostro y sin nombre.
Desconozco la liturgia que he de practicar ante
el tocador, peor que la muerte es la expulsión
del paraíso que me muerde la pelvis, la idea de
tener los pies posados sobre pedregales para
siempre,
  
la idea de la hierba sometida al peso de la
carne.
   
Campanas en el viento, dan las dos de la ma-
drugada en el reloj que llevo incrustado en el
corazón, hora bruja y sin luna, hora en la que
los pájaros permanecen erguidos, con el plu-
maje hinchado, tratando de conservar el calor.
Hora de silencio en las habitaciones paternas
y respiraciones mancas en las habitaciones in-
fantiles. Llevo la tonsura de las almas perdidas
y visto camisón clínico, estoy en disposición de
inmolarme. Qué versículo nos ampara a quie-
nes transitamos las dos orillas, azufre y agua
clara, las canciones de nuestras abuelas han
sido borradas de las cortezas de los sicomoros
y no recordamos. Soy una forma comprome-
tida con las emanaciones de toda civilización
sepultada por la arena, soy la vibración del
crótalo desde la cima del zigurat, que atravie-
sa un shamal incesante durante 4 000 años,
hasta caer a los pies del predicador sureño y su
corte de luces estroboscópicas, soy la anciana
que pide al druida que le abra una sonrisa en
el cuello para apaciguar al dios cornudo. Soy
la imposibilidad de contar mi propia historia,
pestilencia tras los muros de Troya mucho
antes de que lleguen los aqueos, la delación
autoinmune de mi espíritu que acumula barro
y cieno para esculpir miembros amputados por
la norma.
  
Si la promesa del bosque no llega, si todo lo
que me espera es una vida de novicia y mutis-
mo, sea la máquina el horizonte, enseñadme la
rutina del vaciado y bautizadme con cromo y
rubidio. Preguntad mi nombre a la lluvia ácida
o buscadlo en los vertederos, grabádmelo en
lugar visible con un código de barras y una
marca a hierro, presentadme ante mis her-
manas, persentadme ante las descartadas, las
taradas, las inútiles, las monstruosas, las cons-
truidas con deshechos, designadme un rincón
discreto en el abrazo festivo de la superpobla-
ción y la miseria iluminada, un espacio para 
habitar callejones sucios en los que siempre
llueve.
   
Dejadme entrar.



De "La habitación de las ahogadas"