Mi hija y yo recorrelos las calles
con la esperanza de encontrar el mar.
Es domingo y las calles brillan quietas
en este atardecer del mes de mayo.
La ciudad tiene aire de aula de colegio
que aún conserva las voces de los niños.
Mi hija y yo paseamos despacio,
navegamos los bulevares largos y desiertos
confiando en que el aire nos sorprenda
con el olor a brea de la costa.
Y algo de marinero hay en la tarde:
una melancolía de marea,
un rumor que se pierde en la arboleda
distribuyendo pájaros y peces.
Mi hija y yo cruzamos las aceras,
mientras la tarde lucha por quedarse:
todo late despacio como el mar.
Cruza el aire un vencejo solitario
y al volver una esquina, sonriente,
nos saluda la luna.
Oh ciudad, caracola de cemento!
En "Prenda de abrigo"