como si buscara calcetines
en el cesto de la ropa
del bolsillo de su pechera y las axilas.
Aún descalzo
desliza la cuchilla asimétrica que tiene por pico
por las plumas de la cola, una por una,
levantándolas casi hasta la oreja
cuando el cascanueces alcanza cada punta.
Es exhaustivo como un señor
que ha perdido las llaves.
Vibra su piel
y su escala de grises hace espuma
y se sienta con pulcritud.
En su trasero brilla una mancha de aceite
que sube y baja como un interruptor.
Se detiene a examinar los mondadientes
cuyos extremos son sus dedos.
Desliza uno hacia delante, experimenta,
como si empujara una maleta pequeña.
Paso, salto, giro, zancada,
coge velocidad; gira de nuevo,
paso alto, paso alto, brinco-brinco,
y ejecuta su danza de urraca
al son que dicta su cabeza, llena de música de urraca.
En "George. Mi amistad con una urraca"