Cómo se obstina el muro en su tarea.
Con cuánta coherencia permanece
idéntico a sí mismo,
neutral, indiferente, impenetrable.
El ojo ávido
se estrella como un pájaro
contra su impavidez de vigilante.
Quisiéramos abrirle un agujero.
Quisiéramos vencerlo y que se abriera
a un jardín o a un secreto.
Pero es posible
que solo sean malezas y basuras
lo que oculta.
Celebremos entonces su silencio.
Y dibujemos
sobre su estéril superficie blanca
lo que nos dé la gana:
nuestro nombre, un poema, una consigna,
un cursi corazón atravesado.
Arañemos su terquedad de viejo
como niños alegres y fluctuantes.
De "Explicaciones no pedidas"
En "Lo terrible es el borde"