miércoles, 4 de octubre de 2023

William Faulkner. Estoy triste, pero por más....

Estoy triste, pero por más
que me pregunto, no alcanzo a comprender la razón;
y ahora, cuando anochezca, me iré
a donde dos brisas entrelazadas rizan
la superficie mate de un río cuyas profundidades
acompañan su sueño, con un rumor acariciante, 
en arenas espolvoreadas de luna. 
Y ahí me acostaré, y le oiré canturrear 
mientras acaricia a una estrella rebelde, 
caída del cielo inalcanzable, sin orillas, 
en tanto que los vientos, con brumoso ímpetu, 
ríen y lloran en sueños,
y musitan la historia de un huerto
cuyos árboles, sacudidos por una brisa errante,
dejaron que sus flores se marchitaran y cayesen 
sin un lamento: como labios
se posaron en los labios de niebla de la hierba
ondulada por el viento.
   
        Aquí se arraciman 
las lilas, leves como lágrimas, 
recortadas contra el sedoso pecho del cielo;
oscilan y cabecean, recorridas por la brisa,
y sus pétalos, lentos como la lluvia, 
caen lentamente y manchan la lluvia,
caen lentamente y manchan la hierba,
amansados en reflejos de plata.
Y a nosotros, los mármoles del calvero, 
sumidos en nuestros sueños, a la sombra de estas frondas,
nos vence la tristeza, porque sabemos que todo,
excepto nosotros, ha de declinar y desaparecer.
La luna, en su trono celeste,
se echa el pelo por la cara:
ve crecer y morir a las flores
sin queja, en silencio,
hasta que la primavera estalla en el calvero expectante
y se proyecta entre ellas la primera sombra
de una rama, y se oye el canto
de las golondrinas en el cielo a punto de despertarse,
tenue y frío y ardiente como la llama,
en el que la primavera es sólo un nombre.
   
El río atraviesa, calmo, sin ruido,
la oscuridad congregada en sus riberas;
mecidos por la brisa vagabunda,
me rodean árboles negros como la tinta,
poblados por los potentes piídos de algún pájaro;
y parece como si el cielo
hubiese sacudido sus flores siderales 
por entre los oscuros barrotes de los árboles, 
y éstas se buscaran a grandes voces 
en la tierra, insensible,
en apariencia, a su blanca desgracia.
Pero sí conoce su tristeza,
y su pecho, desordenado y sombrío, 
se la devuelve.
El día que agoniza ofrece a los que penan
la bendición que ni los reyes pueden impartir: un mañana.



De "El fauno de mármol"
En "Poesía reunida"