Por entre las peñas duras
que se cuelgan de los cerros,
ya coronando la tierra,
ya siendo basas del cielo,
hay mil cóncavas cavernas
de laberintos perfectos,
que en intrincados anfractos,
el aire retumba en ecos.
Habitan muchas especies
de animales dentro de ellos,
y de cada especie de estas
hay individuos sin cuento.
El cerdoso jabalí,
el pardo ligero ciervo,
que corre los montes altos
más veloz que el mismo viento.
También el cobarde corzo
anda por allí sin miedo;
el tejón y la jineta,
la zorra y el lobo fiero.
La cauta y tímida liebre,
con el inquieto conejo,
que desde una piedra en otra
salta lascivo y travieso.
Los ligeros pajarillos,
son tantos y tan diversos,
que volando por el aire,
forman escuadrones densos.
Rompiendo con sus gargantas
aquel profundo silencio,
sin compás, claves ni letras,
hacen concordes acentos.
La filomena se queja
entre dulcísimos quiebros,
respóndele el sirguerillo
con el chamariz parlero.
La negra mirla le ayuda,
mientras en los ramos secos
gime la tórtola triste
por su compañero muerto.
También gime de otra parte
Progne por el hijo tierno,
que, por vengar a su hermana,
mató con tirano pecho.
Arrulla la palomilla
y grazna el negro cuervo,
y el ánade en las lagunas,
mientras se baña contento.
Entre ellas bate las alas
el nevado cisne bello,
que con música suave
festeja el día postrero.
La garza y perdiz calzada
andan allí sin recelo;
la galerita y la grulla,
vigilante en todo tiempo.
Allí el águila real
tiene larguísimo imperio
y enseña los hijos suyos
a mirar al rubio Febo.
Infinitos pececillos
nadan por los arroyuelos,
vistiendo el aire de plata
con sus saltos y rodeos.
Concuerdan solo en ser peces,
que en lo demás son diversos,
con diferencias notables,
con apellidos inmensos.
En "Poéticas. Antología de mujeres del siglo XVII"