Para Caroline Bock
Nosotras, las viejas niñas, volvemos a ser viejas
con una nueva autoridad. Tomamos
sus jóvenes manos en las nuestras
y les decimos que seguiremos viejas, juramos
que nos haremos incluso más viejas, que seremos herrumbre
en su hierro. De quién son estos
barriles en los pastos que se llenan
y se desbordan con finísima lluvia? Los vuelco
y la tierra bebe, gradualmente,
todo lo que dan.
Éramos las huérfanas de madre, o las que dicen "Madre"
como "ayúdame" y venga a nosotras lo que sea -ese cielo
con un pájaro anaranjado, incluso una ola
que soportaba luz de luna, incluso cosas así
bastarán-. Al final lo hicimos
para nosotras. Con nuestro amor mimamos
a los hombres a los que queríamos superar. Y
aunque nuestros pechos eran todavía pechos de
niña, nos entregábamos como se entregan
los niños, con la puerta abierta de par en par, como
uña y carne. Pero nuestras manos eran
manos de madre, eran lamento y promesa,
un alboroto de campanas mientras en la dulce penumbra
hurgaban en nosotras, y sí, algo, algo fue
satisfecho.
Si los que nos hubieran amado comían
en nuestra mesa olvidándose de encender
las velas, les sonreíamos
con la amabilidad de las estrellas conquistadas -no
las más brillantes, sino aquellas
que se consumen,
las que caen para ganar una parte
del esplendor-.
Ahora bien, si te llamo "Hija", no es
por obediencia
por lo que te acercarás a mí,
sino como el espíritu de quien te concibió,
mirando fijamente -yo, que te he dado
brazos de hija-.
De "New poems"
En "Amplitud"