Ni siquiera el volar
de un pájaro se oía;
se diría que el campo
estaba muerto.
Y un temblor impreciso
envolvía el silencio.
Se hacía de cristal
el firmamento...
En el verde, las gotas
del rocío eran lágrimas
vírgenes de misterio.
Y una angustia pesada
apretaba mi vida,
como llegando al término.
La tempestad del alma
se escondía,
sintiendo quejumbroso
mi silencio.
Y mi grito se alzó,
por mi dolor ingenuo...
le he sentido perderse
en la llanura,
dejándome más sola
en el misterio.
De "Nuevos paisajes"
En "Ausencia"