Señora soledad, que tu esqueleto
creí de grises vértebras un día,
aníllame con fuerza entre tus arcos,
que no quiero de ti partirme ahora.
Que al acercarme vi que en flor abría
tu aparente esqueleto calcinado,
y en tus vértebras limos creadores;
y eran tus cuencas de un azul de llama.
Holgada estoy: tu cielo no me nieva;
deja caer en claros remolinos
unos trenzados de cristales rosas.
Y nuevamente con sus voces altas,
entre tus finas nieblas escondidos,
oiga cantar mis pájaros de fuego.
Poesía no recogida en libros