no entre varas de oro, cebollas silvestres,
o las gramíneas, no hasta la cintura en el agua
de maíz moreno envejecida en barril, no con los caballos
de carreras que cuestan un millón de dólares por cabeza, ni las apretadas
balas de paja. Ni siquiera en la vieja estación
de pesaje de tabaco en que vivimos, con sus fuertes puertas
de metal pesado que enmarcan nuestra habitación de ladrillo
como la boca de una extraña bestia bostezando
para sorbernos, cada noche, como aire. Yo la negué,
esta nueva tierra. Pero, amor, lo admito:
cualquier estado en el que estés, yo seré el pájaro de ese estado,
la ruidosa y obvia confusión de canto al que señala la gente
cuando se pregunta adónde es que te has marchado.
De "Cosas muertas y brillantes"