El psiquiatra me lleva de la mano por la coloratura de mis sinapsis cerebrales.
Me concede el poder
cuando descubre
maravilla y crueldad
de diferencias y abismos.
Veo en las palabras un tacto indetectable
para otros seres pequeños.
Veo,
en la palabra,
el carbunclo.
Carbunclo y carbunclo.
Mineral y nombre.
Su existencia simultánea.
Leo las tripas de un ruiseñor
sacrificado
por el ansia de saber.
Y por las supersticiones.
El psiquiatra, que le robo a los psicóticos
y a esas que escuchan voces
dentro del lavavajillas
-no somos tan disímiles-,
me dice que tengo
que seguir cantando.
Yo, con la vena gorda, entono
do, re, mi, fa, sol, la.
De "Amarilla"