Más allá de los centros comerciales y las centrales
eléctricas, afuera de los rehoyos, más allá de las sendas
Gun Bottom y Brassfeld y antes del Arroyo Red Lick,
hay un riachuelo llamado Arroyo Ahhogado donde
vi el pájaro más lindo de todo el año,
el martín gigante, con una cresta y un plumaje
de azul egeo, posado, no en los altos de un árbol muerto,
sino en una línea de transmisión, ojeaba el arroyo
al acecho de cangrejos de río, renacuajos y piscardos. Íbamos
velozmente camino a casa y ya nuestras mentes
estaban tensadas como un alambre negro atado
a un poste eléctrico. Yo quería parar, parar el coche
y mirar de cerca a la solitaria, fornida ave
acuática con su corona y su pecho azules
y su rareza. Pero ya éramos una borrosidad
y habíamos dejado millas atrás al ave pescador
para cuando me caí en cuenta de lo que había visto.
La gente no le era nada a ese pájaro, que no le hacía
caso a las batallas sangrientas de la historia o el por qué
le dicen a este riachuelo Arroyo Ahogado, un nombre
que adoro aunque me da escalofríos
que tiene toque de mandato, un lugar donde uno
va a ahogarse. El pájaro no le llama al arroyo
por ese nombre. El pájaro no le llama nada.
Estoy casi segura, aunque no esté segura
de nada. Hay una soledad en este mundo
que no puedo penetrar. Me moriría por ello.
De "De las que duelen"