Estoy acurrucado en la cama.
Más allá de los veteados árboles de mi ventana,
están desnudos hoy todos los bosques.
Algarrobos y álamos se convierten en mujeres solteras
que separan la pizarra de la antracita
entre las traviesas de la vía;
el invierno de barba amarilla de la depresión
aún vive en algún sitio, un anciano
que recuenta su colección de chapas
en una choza de cartón alquitranado bajo los árboles fríos de mi tumba.
Aún siento que estoy medio borracho,
y todas esas ancianas que hay al otro lado de mi ventana
van a rastras al cementerio.
Borracho, farfullando en húngaro,
el sol se cuela titubeante,
y su gran cara estúpida se lanza
al hornillo.
Durante dos horas he estado soñando
con mariposas verdes en busca de diamantes
en vetas de carbón;
y niños que jugando se persiguen
por montañas de nuevas sepulturas.
Pero el sol ha regresado borracho del mar
y fuera un gorrión
canta a la Compañía Minera Hanna y la luna muerta.
Los filamentos de las bombillas de luz fría tiemblan
con la música como pájaros delicados.
Ah, apágala.
Número dos:
Intento despertar y saludar de nuevo al mundo
En un pino,
a poca distancia de mi alféizar,
un arrendajo azul brillante salta y cae, salta y cae
en un rama.
Me río cuando lo veo abandonarse
a un completo goce, porque sabe tan bien como yo
que no se quebrará la rama.
De "No se quebrará la rama"