Este mar no lo conoce nadie
salvo el propio corazón y su incierto destino.
Unas veces es claro y transparente,
otras, turbio como las ciénagas.
Por él navegan barcos
llenos de pesadumbre,
llenos también de pájaros
posados en sus mástiles
y que jamás alzan el vuelo
sujetos por un miedo pegajoso
que los deja lacrados en sus puestos
de inútiles vigías.
Nadie sabe qué orilla aguarda,
desdeñosa y lóbrega,
la llegada azarosa de estos barcos.
Viejos navíos
con la arboladura carcomida
por el salitre y la solana.
Sólo los polizones que los guardan
saben que la marea los arrastra,
los empuja implacable
hacia una arena
en la que sin remedio
acabarán varados.
Quietos.
Con las velas izadas, pero muertas.
La brisa sopla en otros mares.
Aquí solo empuja el silencio.
En "Prenda de abrigo"