me quedé junto a la ventana.
La mirada más sobria, el pecho más libre,
de nuevo sosegada.
No sé por qué. Quizás,
simplemente el alma estaba cansada,
y no tenía ganas de rozar
el lápiz rebelde.
Así estuve de pie -en la oscuridad-
alejada del bien y del mal,
tamboreando suavemente con los dedos
sobre el cristal que apenas sonaba.
Para el alma no es ni mejor ni peor
que el primero que llega-
que los nacarados charcos,
donde se vierte el firmamento.
Que el pájaro que vuela libremente
o sencillamente el perro que corre.
Ni siquiera una cantante callejera
ha podido conmoverme.
El arte querido del olvido
ya le es familiar a mi alma.
Y un cierto sentimiento muy fuerte
hoy se ha fundido en mí.
24 de octubre de 1914
De "La amiga"