y el cielo azul combado, de un oriente perfecto,
se tendían en una serena, sostenida
alta calma de pájaro inmóvil contra el cielo.
La noche iba alargando sus raíces calladas
hacia el agua sombría que enterraba los árboles
en un silencio terso y arqueado que flotaba
esfumando las voces y oscureciendo el aire.
Llegué a creer eterna la tarde que moría
en tanto nuestras sombras con las frentes unidas
soñaban una vaga magnolia de dos pétalos.
Y cuando rojos últimos coronaron el cielo
de la ciudad absurda, como un halo de sangre,
sentimos vagamente que éramos de carne.
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