En el brezo púrpura
yacíamos como dos dioses sobre mullidas nubes coloreadas por el sol.
No podíamos vernos - tan profundos y espesos eran nuestros lechos,
y así hablábamos de corazón a corazón, como amantes que viajan de noche.
Una dulzura agradable y cálida se enroscó en mi pelo.
Y entonces me pareció que flotábamos por un río verde
que nos elevaba por encima de las rocas oscuras del mundo
por encima de las horribles cavernas que nos desorientaron y aprisionaron.
Por las ondas verdes y púrpuras flotaba un deleite sereno
nuestras palabras echaron alas y volaron como pájaros sobre nosotros.
Nada les exigimos ni reclamamos. Eran apenas pajarillos
y muy tímidos - felices de encontrar reposo
en los cálidos nidos de los que emergían,
las tuyas en mi corazón, y las mías en el tuyo...
Flotábamos hacia una inefable tierra del Origen
en la que la Paz - nuestra nueva Madre, esperaba sentada a la orilla
tejiendo las velas radiantes de su barca
esa que nos devolvería a casa.
En "La criatura terrestre y otros poemas"