Mi tristeza, cuando está aquí conmigo,
piensa que estos oscuros días de lluvias otoñales
son los días más bellos que puedan existir;
ama al desnudo al maltratado árbol;
pasea por el sendero encharcado del prado.
Su complacencia no me deja tranquilo.
Habla y yo escucho de buen grado:
se alegra de que los pájaros se fueran,
se alegra de que su sencillo gris de lana
la niebla pegajosa lo tiñera de plata.
Los desolados, abandonados árboles,
la tierra desvaída, el plomizo cielo,
las maravillas que de veras ve,
piensa que no tengo ojos para ellas,
y me saca de quicio sin motivo.
No fue precisamente ayer cuando aprendí
a apreciar los desnudos días de noviembre
antes de la llegada de la nieve,
pero sería inútil explicárselo,
y es mejor que sólo ella los alabe.
En el libro de Mary Oliver "Horas de invierno"