No tendríamos ciudad,
ni tendríamos la lengua,
ni la boca, ni el idioma.
Si no hubieran pasado treinta y cuatro años
ni yo hubiese amado a dos hombres
y a una mujer muerta,
si no hubieran sido los ricos y la tradición
los que pusieron nombre a esta lucha,
mi voz sería hoy la nieve inútil.
Prefiero el mar al río,
la única tierra que encuentro igual en los viajes,
el cielo despejado.
Mi vida tiene hoy treinta y cuatro años,
cuando me pregunto quien soy,
mi respuesta está dentro
entre ovarios y trompas de falopio.
En este camino, los pájaros,
la nostalgia, les rêves, la niña extranjera.
A pesar de los elementos químicos,
sobrevivimos porque la alegría es necesaria.
Nuestro es el mundo,
mi abuelo lo sabía meses antes
de que yo cumpliera
estos treinta y cuatro años,
por eso en el silencio sigo siendo
una mujer niña hecha de huesos y cerezas
y en las tormentas crezco.
Puedo salvarme.
El día que he cumplido treinta y cuatro años
puedo decir y puedo escribir
que puedo salvarme.
Pero no puedo salvaros a todos.
De "Hombres que cantan nanas al amanecer y comen cebolla"