Entre la puerta abierta del baño
y el marco, en esa ranura larga y angosta de aire,
temprano en la mañana vi ondular
la bata de invierno de mi madre como la de una bruja.
Por un rato largo ella estuvo escondida detrás
de la puerta, después salió deslizándose,
encorvada, una miniatura, cuarenta kilos, envuelta en
franela celeste, en los dedos
los zafiros que se olvidó de sacarse para dormir.
Se acercó a mí y frunció la boca
para que le diera el beso de buenos días. Esta es la mujer que
me golpeaba - siempre fue buena besando,
intensa y embelesada. Se sienta en la silla
a mi lado, hamaca sus delicadas piernas,
me mira con un hambre llena de ternura.
Le doy una guía de pájaros del Oeste,
y grita, no puede creer que está recibiendo
todas estas especies, y en colores! Dice
que está empezando a entender: están la luna
y la poesía - y ahora están los pájaros
y la poesía - están la luna, y los pájaros,
y la poesía, y Share. Dice
otra vez, cómo es que no supo que era a mí
a quién gestaba, cómo pudo? Cómo podía saber
lo orgullosa que estaría? Balancea sus pies de
bebé y me mira. Tienes la
boca más hermosa, dice, es tan
femenina y amable. Y la pera más
espléndida, tan fuerte y a la vez suave. Y después
me muestra cómo era entonar
ese Do agudo, sin esfuerzo, en
1934, alzando
los brazos en un signo de victoria. Sus ojos
medicados sin pupilas son de un azul lechoso
como los de una hechicera. La miro atentamente: mi madre
es una hechicera. Soy la hija de una hechicera - están
la música, y la luna, y los pájaros, y la poesía, y mi madre.
De "La habitación sin barrer"