viernes, 1 de agosto de 2025

Alejandra Pizarnik. Anillos de ceniza

A Cristina Campo

Son mis voces cantando
para que no canten ellos,
los amordazados grismente en el alba,
los vestidos de pájaro desolado en la lluvia.
   
Hay, en la espera,
un rumor a lila rompiéndose.
Y hay, cuando viene el día, 
una partición del sol en pequeños soles negros.
Y cuando es de noche, siempre,
una tribu de palabras mutiladas 
busca asilo en mi garganta,
para que no canten ellos,
los funestos, los dueños del silencio.



De "Los trabajos y las noches"
En "Poesía completa"


jueves, 31 de julio de 2025

Olga Orozco. Lugar de residencia

Universo minúsculo, 
desplegable al tamaño de tu dios. 
Te pareces a un puño de cazador que exprime hasta la sombra de su presa,
o quizás a la bolsa del avaro repleta de monedas sin comunión y sin destino. 
Ni crueldad, ni riquezas.
Es a ti a quien apuntan y no tienes más oro que la borra de alguna alucinada primavera.
Entonces tal vez seas, lo mismo que en los cuentos,
el corazón de alguien que está lejos y debo custodiar como el dragón, 
lo mismo que en los cuentos, 
para que nada puedan la espada ni el veneno contra las orfandades de su dueño.
Sí, sí. Sepultado de un tajo en lo más hondo de la selva nocturna,
debajo de unas aguas que se entreabren al soplo del amor
y se cierran de golpe al roce de la piedra,
así estás, como un pájaro en exilio, en la jaula del pecho.
Y el corazón de quién?,
grito hacia el tiempo todo, vuelto columna helada hasta las nubes.
De quién sino de todas las remotas criaturas que prolongan tu credo, sin saber;
que exhiben una máscara, un número, una especie, lo mismo que un estigma de la separación?
Esa sangre dispersa e infranqueable, multiplicada en tantas divisiones!
Esos muros errantes, con sus puertas tapiadas y su consigna de olvidar!
Ese dialecto inútil para todo posible paraíso!
Y tú aquí, corazón, cerrado laberinto,
con tu monstruo interior como un rehén perdido,
arrojando tus hilos en una red que choca contra la misma costa,
recogiendo tan sólo tus pequeños guijarros -tu soledad insoluble-,
encendiendo fogatas invisibles a modo de señal detrás de estas murallas,
tu Jericó al revés, sin paz y sin reclamo.
Y el corazón de quién?,
pregunto en esta noche que pasa con sus velas fantasmas sobre el mundo.
De quién sino de quienes escarbaron en ti, con uñas y con plumas,
un lugar a su imagen y a su tan pasajera semejanza;
de quienes erigieron sus torres de cal viva junto al abismo y sobre la corriente
para oficiar la luz y las tinieblas?
Fundaciones insomnes, que vagan todavía con sus ojos de fiebre por todos los rincones!
Ceremonias sonámbulas en las que aún se exhuman reliquias y cuchillos sepultados en las arcas de todas las alianzas!
Tatuajes e inscripciones como esas llagas pálidas que deja el desarraigo!
Y tú aquí, corazón, residencia hechizada,
con tu guardián demente y sin relevo,
convocando con tu oscuro tambor las procesiones de vivos y de muertos,
vistiendo a los desnudos con corona de rey, 
transformando tu confuso inventario en un oleaje donde naufraga la cabeza,
distribuyendo un filtro que absorbe la distancia y acrecienta la sed de todo lo imposible
hasta perder la piel y acampar en el alma.
Y estos cielos que crecen y se alejan en rojo o en azul,
en terror o en delirio,
debajo de tu estruendo, debajo de tu rayo!
Sí, tú, corazón, talismán de catástrofes, 
posado en este yo como el vampiro de todo el porvenir,
siempre a punto de abrir y de cerrar y arrojarme hacia afuera en cada tumbo, 
en cada contracción con que me aferras y me precipitas 
entre salto y caída.



De "Museo salvaje"
En "Poesía completa"


miércoles, 30 de julio de 2025

Aleksandr Blok. En un incierto y vacilante vuelo

En un incierto y vacilante vuelo
te has elevado sobre el abismo y suspendido te has quedado.
Hay algo ancestral en el girar
de las alas muertas, dobladas hacia abajo.
  
cómo puedes volar y dar vueltas
sin amor, sin alma, sin rostro?
Oh pájaro de acero, carente de pasiones!
Cómo puedes dar gloria al Creador?
   
Vuela y peregrina por las esferas grises
que retumbe la orquesta en la tribuna,
que ondeé la ligera música de vals!
se dispara el corazón - y una vuelta.


De "Los doce y otros poemas"

martes, 29 de julio de 2025

Mahmud Darwish. Rita y el fusil

Entre Rita y mis ojos... un fusil.
Quien a Rita conoce, se postra
y reza
al Dios de sus ojos de miel.
   
... Besé a Rita
cuando niña,
aún recuerdo cómo... se pegó
a mí: una trenza preciosa cubrió mí brazo.
Recuerdo a Rita
como el pájaro a la charca.
Rita, Rita...
Teníamos un millón de pájaros y de fotos,
y mil citas,
y contra todo abrió fuego... un fusil.
   
El nombre de Rita le sabía a fiesta a mi boca,
el cuerpo de Rita se desposaba en mi sangre.
En Rita me perdí... dos años,
durmió en mi regazo dos años,
nos prometimos ante el cáliz más bello,
ardimos en el vino de dos labios,
nacimos dos veces.
Rita, Rita...
Nada privaba a mis ojos
de los tuyos, si acaso nuestras cabezadas
o alguna nube de miel,
hasta que irrumpió... aquel fusil.
   
Érase que se era,
oh silencio del atardecer,
una mañana en que mi luna partió 
con los ojos de miel.
La ciudad
barrió a los rapsodas, y a Rita.
Entre Rita y mis ojos... un fusil.



De "Entre Rita y mis ojos, un fusil"


lunes, 28 de julio de 2025

Nelly Sachs. Te he vuelto a ver...

Te he vuelto a ver,
el humo te ha dibujado,
el manto de la crisálida
de sustancia moribunda
lo arrojarte,
un sol que se había puesto
en el hilo de tu amor
resplandeció la noche,
que se elevó
como el vuelo ya doblado
de un ala de golondrina.
Yo he atrapado un tallo del viento,
una estrella fugaz colgaba de él -



De "Nadie sabe"
En "Viaje a la transparencia"

viernes, 25 de julio de 2025

Derek Walcott. I

Él supo, en lo hondo de su corazón, que ella nunca volvería,
mientras observaba los retozos de una golondrina negra
sobre los cambiantes montes de las olas, como si el rumoroso
   
arco del horizonte hubiera hecho del África el blanco
de su minúscula flecha. Cuando vio a la golondrina azotarse
y desvanecerse en la abertura de dos olas, supo que había perdido a Helena.
   
Su compañero estaba limpiando el pantoque con un balde oxidado
cuando reapareció la golondrina como soleado presagio,
encendiendo la alegría que se había esfumado de su trabajo.
   
La luz del sol le calaba las amnos, entregadas a esa ágil torsión
que angulaba la pala para la siguiente remada. Semidespierto,
por la fiesta de la noche anterior, su compañero meó, vacilante,
   
a un costado, conservando su bamboleante equilibrio.
"A emborracharse, peces." Aquiles sonrió burlón. Su compañero
formó con las manos una copa dentro de las aguas y se enjabonó la cabeza.
   
"Está bien. Manos a la obra!" Aprestó las varas de pescar a la rastra.
Aquiles escudriñó el borde de la rebosante mañana, traído
como un regalo por los puños del promontorio. Estaba como en casa.
   
Este era su jardín. Dios bendiga la rapidez de la golondrina,
Dios bendiga la mojada cabeza del compañero, destellante de espuma,
y el corazón le temblaba con descomunal ternura
   
por las aguas azules y moradas y por la agostada costa,
tensa y delgada como un sedal, y el humo azul del monte,
con músculos como retozantes toninas surgiendo de cada remo,
   
pero los puños giraban con destreza acompañando
cada remada, hipnotizándolo con su metro incantatorio.
La golondrina dibujó en su vuelo un semicírculo
   
sobre las crestas de las olas, luego, emplumado curricán,
flotó sobre la estela, a la misma distancia de la popa.
Sentía que ella estaba guiándolos, no siguiéndolos,
   
desde que había brotado de los capullos de la espuma,
prendida a su corazón como si el único, blanco de su saeta
fuera su felicidad, y ya fuera suficiente dicha.
   
Se mantuvo a la distancia con sostenido vuelo.
Él pronunció el nombre con que la conocía: l'hirondelle des Antilles,
la etiqueta de la colcha de Maud. Su compañero sacudió las varas
   
de bambú con que los anzuelos eran arrastrados. Luego, Aquiles
temió que eso no fuera una golondrina, sino el anzuelo de los dioses,
y que ella hubiera visto desde sus alturas el cuerpo lacerado de un dios.



De "Omeros"

jueves, 24 de julio de 2025

Sara Martínez Navarro. Senderos

Setenta pasos hasta el norte.
Ser, mirar tan solo. Atravesar el mar
sin pensar en la tierra.
Tornarse pájaro, tal vez.
Así lo quiso. De pie sobre el camino
albergo una esperanza envuelta en carne.
El nombre de Alba Longa y un cielo
impasible ante el comienzo de la historia.
Quinientos kilómetros de vida.
Quinientos kilómetros de muerte.
Avanza la certeza buscando nombre
para aquello que se ama. Importa la luz
desde el centro de Cecilia Metella
o el nudo de cipreses milenarios
donde aparcan su vespa los amantes.
En el sendero desde lo comun a lo sagrado,
la vida vegetal triunfa sobre los cuerpos.
La raíz que pisamos sobrevive al destino
y escucho muchas cosas que no pueden saberse.



De "Léxico romano"