domingo, 30 de marzo de 2025

Giosuè Carducci. Después de salir de la Cartuja de Bolonia

  Qué dulzura en ti encuentran, oh sol!, los que de esas moradas,
blancas y silenciosas, de los muertos, emergen!
   
  Beso de un dios pareces; beso de luz que inunda la tierra
mientras cantan sin tregua las cigarras a julio.
   
  Mas espléndido de olas y murmullos diríase el llano;
como islas, surgen pueblos, ciudades y castillos.
   
  Lánzanse los caminos entre el verde arenoso y los chopos;
salvan, con fuga de arcos, el río ágiles puentes.
   
  Todo es llama y azules; dos nubecillas blancas vigilan
desde encima del monte que domina Verona.
   
  Suave, oh Delia!, te orea la brisa del monte piadoso
de La Guardia, que baja, coronado, hasta el llano;
   
  mueve tu pelo blanco y sus pliegues agita que caen
sobre sus bucles negros en la espléndida frente.
   
  Mientras sus rebeldías domas tú con los dedos, graciosa,
y esos tus ojos bajas en que Amor brinda en vano
   
  alegrías sin cuento, vas a oír (porque en ti arde la llama
de las Musas) qué dicen bajo tierra los muertos.
   
  Duermen al pie del cerro los abuelos umbranos, primeros 
que rompieron con hachas tu silencio, Apenino;
   
  descansan los etruscos con el lituo, la lanza y sus presas,
vueltos siempre los ojos a las verdes colinas
   
  misteriosas; los celtas, que en el Rin de aguas fría, alpinas,
a lavarse corrían de las muertes y estragos;
   
  y la estirpe de Roma preclara, y el lombardo de luenga 
cabellera, que tuvo en las cumbres boscosas
   
  el postrer campamento. Con los últimos nuestros descansan.
Brilla el sol meridiano. Hablan, Delia, los muertos.
   
  Dicen esto los muertos: -Cuán felices los que ahora en el cerro
monte abajo; para ellos canta el ave en la rama,
   
  y la rama en el viento. Les sonríe la flor, nueva siempre,
en la tierra, y la estrella, flor perenne del cielo.
   
  Como vosotras pasan las flores; cogedlas fragantes y frescas.
Adorad las estrellas; las estrellas no mueren.
   
  Coronaos de rosas los cabellos dorados o negros;
púdrense y se deshacen sobre las calaveras
   
  húmedas. Ay, qué frío! Qué solos nos quedamos! Qué brille
en la vida que pasa, el amor que es eterno!



De "Odas bárbaras"